DOS GUERREROS
Por Guadalupe Arellano Mora
¡En cuántas ocasiones habré
deseado ser una crononauta para poder desplazarme en el tiempo y en el espacio
a mi gusto! Visitar países y épocas históricas indistintamente.
Pero gracias a mis sueños “fumados” y un cúmulo de información que encontré,
de momento vi mi deseo hecho realidad de alguna manera.
Resulta que en mis ires y venires por la Unidad, el pasado martes tropecé con una exposición
de samuráis en la explanada del Metro Tlatelolco. Ahí estaban ocho de ellos; hechos
de resina, bronce, aserrín, y arena de mar, entre otros materiales; otros 4 se
pueden ver desde ahí mismo, pero subiendo la vista hacia el acceso del teatro 5
de Mayo.
Tenía cierto conocimiento de
ellos, y de inmediato me remitió a los famosos Guerreros de Terracota. De
inmediato mi instinto investigador se activó, así que me di a la tarea de averiguar
más al respecto.
Pero ¡oh sorpresa! También encontré
una nota periodística sobre el hallazgo de 49 osamentas en la zona arqueológica
en el 2008. Era en sepulcro masivo de posibles guerreros aztecas muertos en
combate contra el imperio español.
Gracias a la magia del
internet, encontré varias fotos y bastante información sobre ambos guerreros;
de diferentes épocas, aunque con la misma misión: defender su honor y el de su
señor hasta la muerte. Guerreros fieros y disciplinados capaces de preferir su
propia muerte antes que la deshonra.
Pasaban las horas y yo
pegada a mi lap leyendo todo lo que
iba encontrando a mi paso en la red de redes; hasta que me quedé profundamente
dormida.
De repente, un sonoro
maullido llama mi atención. ¿Serán los gatitos que merodean cerca del edificio?
Me asomo a la ventana y no son ellos, ¡es Tigrillo! ¡Ya lo extrañaba! Sólo que
para mi asombro, está parado junto a un dos grandes figuras que no logro
distinguir del todo.
Uno de ellos ataviado con
piel y plumas. Una cabeza de águila a modo de casco. El escudo que llevaba,
denotaba su rango militar.
El otro, más “sofisticado”
llevaba puesto un kimono de largas mangas, atado con un cinturón; encima una
chaqueta de hombros prominentes; sandalias de madera, y por supuesto, a la
cintura colgaban sus dos espadas reglamentarias: la Katana y el wakizashi.
Cual guerreros de élite que
eran, hablaban sobre técnicas militares de guerra, cada uno con su experiencia aportaba
nuevos elementos en la táctica de combate que estaban fraguando. O al menos eso
era lo que más o menos entendía, ya que junto con Tigrillo me escondí en un
arbusto que se encontraba cerca. Y como si en verdad supiera la situación que
se estaba desarrollando ahí mismo, volteó a mirarme con su carita de “what?”.
Pasaron horas, durante las
cuales el frío imperante no les impedía seguir planeando una perfecta
estrategia militar.
¿Acaso nos encontrábamos en
ese preciso momento histórico en el que una cruenta batalla decidiría la
derrota mexica?
Pues seguiré con la duda,
porque en ese instante, los dos líderes guerreros se dirigieron a una homogénea
tropa que la oscuridad había escondido a nuestra vista; misma que no permitía distinguir
con claridad quién era azteca y quién japonés. Sólo se percibía un ambiente
tenso que se reflejaba en los rostros decididos de ambos personajes. Una fija
decisión de combatir por un objetivo en común.
Yo abracé a mi Tigrillo y es lo último que recuerdo.
De nuevo despierto y su homónimo de peluche estaba frente a mi rostro mirándome
tiernamente. ¿Él sabrá que sucedió después? (suspiro)
Espero de nuevo seguir
soñando con este mismo tema y ver qué pasa con la historia que quedó
inconclusa. Por lo mientras, iré a darme otra vuelta a ver con más detenimiento
la exposición de Omar de Regil, “Samuráis”;
sólo estará hasta el día 30 de este mes de julio.
¡Jai!
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