martes, 6 de agosto de 2013

DOS GUERREROS




DOS GUERREROS

Por Guadalupe Arellano Mora

¡En cuántas ocasiones habré deseado ser una crononauta para poder desplazarme en el tiempo y en el espacio a mi gusto! Visitar países y épocas históricas indistintamente.

Pero gracias a mis sueños “fumados” y un cúmulo de información que encontré, de momento vi mi deseo hecho realidad de alguna manera.

Resulta que en mis ires y venires por la Unidad, el pasado martes tropecé con una exposición de samuráis en la explanada del Metro Tlatelolco. Ahí estaban ocho de ellos; hechos de resina, bronce, aserrín, y arena de mar, entre otros materiales; otros 4 se pueden ver desde ahí mismo, pero subiendo la vista hacia el acceso del teatro 5 de Mayo.

Tenía cierto conocimiento de ellos, y de inmediato me remitió a los famosos Guerreros de Terracota. De inmediato mi instinto investigador se activó, así que me di a la tarea de averiguar más al respecto.

Pero ¡oh sorpresa! También encontré una nota periodística sobre el hallazgo de 49 osamentas en la zona arqueológica en el 2008. Era en sepulcro masivo de posibles guerreros aztecas muertos en combate contra el imperio español.

Gracias a la magia del internet, encontré varias fotos y bastante información sobre ambos guerreros; de diferentes épocas, aunque con la misma misión: defender su honor y el de su señor hasta la muerte. Guerreros fieros y disciplinados capaces de preferir su propia muerte antes que la deshonra.

Pasaban las horas y yo pegada a mi lap leyendo todo lo que iba encontrando a mi paso en la red de redes; hasta que me quedé profundamente dormida.

De repente, un sonoro maullido llama mi atención. ¿Serán los gatitos que merodean cerca del edificio? Me asomo a la ventana y no son ellos, ¡es Tigrillo! ¡Ya lo extrañaba! Sólo que para mi asombro, está parado junto a un dos grandes figuras que no logro distinguir del todo.

Me pregunto por qué habrá maullado tan fuerte mi gatuno preferido; bajo a averiguarlo. Con precaución me acerco y es cuando sorpresivamente me doy cuenta que las formas que no lograba ver bien son dos guerreros intercambiando palabras.

Uno de ellos ataviado con piel y plumas. Una cabeza de águila a modo de casco. El escudo que llevaba, denotaba su rango militar.

El otro, más “sofisticado” llevaba puesto un kimono de largas mangas, atado con un cinturón; encima una chaqueta de hombros prominentes; sandalias de madera, y por supuesto, a la cintura colgaban sus dos espadas reglamentarias: la Katana y el wakizashi.

Cual guerreros de élite que eran, hablaban sobre técnicas militares de guerra, cada uno con su experiencia aportaba nuevos elementos en la táctica de combate que estaban fraguando. O al menos eso era lo que más o menos entendía, ya que junto con Tigrillo me escondí en un arbusto que se encontraba cerca. Y como si en verdad supiera la situación que se estaba desarrollando ahí mismo, volteó a mirarme con su carita de “what?”.

Pasaron horas, durante las cuales el frío imperante no les impedía seguir planeando una perfecta estrategia militar.

¿Acaso nos encontrábamos en ese preciso momento histórico en el que una cruenta batalla decidiría la derrota mexica?

Pues seguiré con la duda, porque en ese instante, los dos líderes guerreros se dirigieron a una homogénea tropa que la oscuridad había escondido a nuestra vista; misma que no permitía distinguir con claridad quién era azteca y quién japonés. Sólo se percibía un ambiente tenso que se reflejaba en los rostros decididos de ambos personajes. Una fija decisión de combatir por un objetivo en común.

 Yo abracé a mi Tigrillo y es lo último que recuerdo. De nuevo despierto y su homónimo de peluche estaba frente a mi rostro mirándome tiernamente. ¿Él sabrá que sucedió después? (suspiro)

Espero de nuevo seguir soñando con este mismo tema y ver qué pasa con la historia que quedó inconclusa. Por lo mientras, iré a darme otra vuelta a ver con más detenimiento la exposición de Omar de Regil, “Samuráis”; sólo estará hasta el día 30 de este mes de julio.

¡Jai!




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