viernes, 15 de abril de 2016

¡¡UN CAFECITO!!

Una de las tazas, del juego de 6 piezas con platos,
que obsequiaba “Café ‘Algusto’” a las amas de casa,
sus clientes, en el local de café en el edificio Allende. 60s.
Fotografia de José María Arellano M.


Por José María Arellano Mora

Siempre es reconfortante una bebida caliente, y no necesariamente cuando hace frío.
Mi dieta diaria de café, desde chavito. Al desayunar, con un pan de dulce, todos los días. Y por igual, en la merienda, por la nochecita, una taza. Íbamos a la panificadora “La Productora” en la calle de Zarco, de la colonia vecina, la Guerrero. Tiempo, después en la “Perla”, en la zona comercial de la Unidad Tlatelolco; detrás de edificio Miguel Hidalgo, en el pasillo interior Sur.

A finales de los 60s, una tía, hermana de papá me llevo de viaje a un pueblo de Veracruz. En una casa humilde, me dieron mi primera lección del cafeto; fruto, tostado. Y… ¡clarines! la degustación de un vaso de la bebida recién hecha. Una delicia, exquisito, la mejor infusión que he probado. Eso fue en lo alto del monte, sentado en el comedor vi a través de la puerta el paisaje, la vegetación y las plantas del cafeto. El aire cálido, ver las nubes a lo lejos y el cielo azul tan intenso. Posiblemente eso influyó en mi apreciación de ese vaso de café caliente y cada vez, al recordarlo, aún percibo el aroma y el sabor. No, no me influyó esa atmósfera… en verdad, la mejor infusión que he probado.

Tanta fue mi afición por la dichosa bebida, que el “asiento” del café –el grano molido, después de la cocción- me lo comía con azúcar. Mi madre me descubrió y me dio una “santa” regañada.

¿Cuántas tazas de café he tomado? Diría, “tazones”. No lo sé y creo nunca lo sabré. Y ¡vaya!... han sido bastantes.

Al toparme con una cafetería con tostador y además venda por kilo, me motiva para degustar el cafecín.

De los cafés Chinos, hace años iba a uno en la calle de Bucareli, y no faltaba los días 24 y 31 de diciembre, de cada año, a desayunar o comer, con sus correspondientes chelas Negra Modelo. La mesera, por cierto una joven mexicana, siempre muy atenta ¿Qué habrá sido de ella? De esa rutina del trabajo, el cambio de ruta y demás, esa costumbre es ahora un recuerdo.

Medianamente frecuentaba el “Café La Habana”, me agrada su ambiente peculiar del lugar. A la hora de la comida, degustaba el caldo tlalpeño, la sopa de médula, solo por mencionar algunos guisados, y para el desempance un cafecito y un buen puro; antes de la prohibición de fumar.

De los lugares en donde he trabajado, en uno de ellos tenía la norma de servir café cada 15 minutos. Después instalaron en cada piso una cafetera “choncha”. Y con esa costumbre, por el café, en cada trabajo motivaba a los compañeros para comprar una cafetera y darnos el gusto de prepararnos nuestro propio cafecito.

Hasta la fecha sigo tomando café. Y, “no se me ha hecho ‘vicio’” ja, ja, ja… Pero nunca he pretendido morir por la ingesta en exceso, como en el caso de Balzac. La primer persona que murió por el abuso de la “infusión obscura”.

A principios de los noventas, cuando surgió un trabajo de pintor, pintor de “brocha gorda”, acepté, en esa ocasión en la oficina de Prensa Latina. Ahí probé el café cubano y su clásico café expreso, preparado propiamente en una cafetera melitta. Reactivante y motivador, pocas veces lo tomo.

Me doy momentos, entre tecleo y tecleo de este texto, para disfrutar un sorbo de café, digamos, para motivarme.

En los sesentas, en la Unidad existió un molino de café en el edificio Allende, “Café Algusto”, a las personas que acudían al negocio les daban un vacito con la bebida muy caliente recién hecha. Y una grata sorpresa, me comentan: ¡hay un nuevo local como de aquellos años! En el mismo edificio. Debo conocerlo.

Otro, “Malinalli” cerca del Jardín Santiago en la tercera sección –tal vez por su ubicación cercana a la zona arqueológica le pusieron ese nombre refiriéndose a la Maliche, pero en náhuatl-. Lugar tranquilo, como para “echar novio”. En los años setentas.

El “Café México”, en el edificio Arteaga, en el lado que da al Metro Tlatelolco, marcó leyenda. Por igual daba servicio de comida corrida. Dejó de existir años después de la remodelación, a raíz de los sismos del ’85; actualmente éste local se llama “Café Retro”.

Cercano a Tlatelolco, estuvo el “Café Coatepec”. Cafetería con tostador, molino y toda la cosa, coexistió cerca del Mercado Martínez de la Torre. Cambió mucho el local cuando, metieron una televisión grande, un armastrote. En una ocasión fui a degustar un café tipo americano, en ese momento proyectaban la película “Rambo I”, termine cenando para ver el video completo.

En mi andar, casi cotidiano por la colonia Guerrero, en la calle de Zarco, me llamó la atención el perfume de café recién tostado emanado del local “Expendio de Café”, Tostador y Molino. Visita obligada para disfrutar una taza de café.

Se acrecienta, la presencia, de cafeterías por la Unidad. Muy distinto a las cafeterías de renombre que se han ido instalando en avenidas y calles importantes cuyo “glamur” y costo da un “plus” a quienes consumen en esos establecimientos; sí, esos del logotipo color verde. Pero aún con ese tipo de establecimientos no podrán abatir la presencia de locales modestos, baratos y muy tradicionales de los años 60s y 70s.


“El café quita el sueño”. Para mí es un mito porque aunque haya tomado café “hasta el copete”, tranquilamente me voy a la cama e inmediatamente me quedo dormido.