Desde el insomnio
O de estética
Por José María Arellano Mora
Imaginarme como iba bajando las
escaleras aquel joven de veintitantos años, dando tropiezos por cada escalón
y descanso de la escalinata, tratando de no decaer en su lucha por llegar a
la planta baja; sentirse ahogado, con su rostro de pánico, de angustia,
desesperación y tratar de buscar ayuda o tal vez consuelo… No dejo de
asombrarme, cada vez que lo recuerdo.
-¡¡¡Tan!!! ¡¡¡Tan!!! ¡¡¡tan!!!!
–el toquido frenético con el puño en
una de las puertas de los departamentos-
-Ya voy… ya voy… ¡¿quién
jodidos está tocando?!
Al abrir la puerta, el señor enojado por la manera de
tocar, su malestar se ahoga en un grito gélido, de dolor, de incomprensión…
deja la puerta abierta ante la presencia del inesperado visitante. Lentamente
retrocede en sus propios pasos, descuelga el teléfono pero se paraliza sin
saber el número a marcar; deja caer el auricular… éste cae oscilando en un inquietante vaivén
golpeando el mueble una y otra vez hasta quedar dibujando círculos silentes.
|
“…el señor enojado
por la manera de tocar,
su malestar se ahoga
en un grito…”
|
“…y se alcanzaba a oír
las voces de
preocupación,
de desesperación;
sin saber qué hacer…”
|
El muchacho sin hallar
respuesta en su llamado a las puertas, algunas abren y sus dueños repiten
casi la misma historia del señor encabronado por la manera de tocar la
puerta. En lo alto de los pisos anteriores las personas se asoman para seguir
el rastro que va dejando el infortunado jovenzuelo; lo siguen con sigilo,
palmo a palmo, como desciende lentamente sin despegar su mirada de los
escalones, sin desear morbosamente el final, la agonía de aquel es la
indiferencia o la incapacidad de ayuda de estos.
El cuchicheo de las personas
iba en aumento, nuestro personaje, decaía a momentos y alcanzaba a oír las
voces de preocupación, de desesperación; sin saber qué hacer, qué decir, de
las personas que expectantes lo miraban a cierta distancia, de unos cuantos
escalones, el zapateo resonaba sordamente desde las alturas de la escalinata.
Sólo el joven sabía con certeza
quién era el causante y el origen de su situación. Se le veía triste,
ensoñado y desesperado. No quería que lo ayudaran, al parecer, con
sentimentalismos deseaba lo orientaran para llegar a su meta, a la planta
baja; para escapar ¿De qué?, ya estaba consumado el hecho, entonces ¿porqué
huir?
|
El tiempo corría como en cámara
lenta, como la caída de una gota de un líquido espeso y así lentamente. En un
descanso de la escalinata a un piso de llegar a su meta, se arrodilló sin
dejar de agarrar su estómago, fue cayendo de su lado izquierdo. Quedo
recostado, y poco a poco su cuerpo se fue opacando y apagándose el color de
su tez…
-¡No! ¡no! lo muevan hasta que
venga la policía –angustiada gritó una señora-.
Al llegar la policía y personal especializado, revisaron
el cuerpo del chico. Todos los curiosos ya estaban arremolinados alrededor,
expectantes. Su morbosidad aún no estaba satisfecha.
-¡¡Aaaahh!! –se dejó oír el
grito desgarrador y de asombro de los fisgones- pues tenía clavada una tijera
de peluquero en su abdomen.
Esta andanza del joven
victimado, se escenificó en los años setentas, en una entrada del edificio
Juárez en Tlatelolco.
|
“…-¡¡Aaaahh!!
–se dejó oír
el grito
desgarrador y
de asombro
de los fisgones…”
|