Por José María Arellano Mora
Siempre es reconfortante
una bebida caliente, y no necesariamente cuando hace frío.
Mi dieta diaria de café,
desde chavito. Al desayunar, con un pan de dulce, todos los días. Y por igual,
en la merienda, por la nochecita, una taza. Íbamos a la panificadora “La
Productora” en la calle de Zarco, de la colonia vecina, la Guerrero. Tiempo,
después en la “Perla”, en la zona comercial de la Unidad Tlatelolco; detrás de
edificio Miguel Hidalgo, en el pasillo interior Sur.
A finales de los 60s, una
tía, hermana de papá me llevo de viaje a un pueblo de Veracruz. En una casa
humilde, me dieron mi primera lección del cafeto; fruto, tostado. Y… ¡clarines!
la degustación de un vaso de la bebida recién hecha. Una delicia, exquisito, la
mejor infusión que he probado. Eso fue en lo alto del monte, sentado en el
comedor vi a través de la puerta el paisaje, la vegetación y las plantas del
cafeto. El aire cálido, ver las nubes a lo lejos y el cielo azul tan intenso.
Posiblemente eso influyó en mi apreciación de ese vaso de café caliente y cada
vez, al recordarlo, aún percibo el aroma y el sabor. No, no me influyó esa
atmósfera… en verdad, la mejor infusión que he probado.
Tanta fue mi afición por la
dichosa bebida, que el “asiento” del café –el grano molido, después de la
cocción- me lo comía con azúcar. Mi madre me descubrió y me dio una “santa”
regañada.
¿Cuántas tazas de café he
tomado? Diría, “tazones”. No lo sé y creo nunca lo sabré. Y ¡vaya!... han sido
bastantes.
Al toparme con una
cafetería con tostador y además venda por kilo, me motiva para degustar el
cafecín.
De los cafés Chinos, hace
años iba a uno en la calle de Bucareli, y no faltaba los días 24 y 31 de
diciembre, de cada año, a desayunar o comer, con sus correspondientes chelas
Negra Modelo. La mesera, por cierto una joven mexicana, siempre muy atenta ¿Qué
habrá sido de ella? De esa rutina del trabajo, el cambio de ruta y demás, esa
costumbre es ahora un recuerdo.
Medianamente frecuentaba el
“Café La Habana”, me agrada su ambiente peculiar del lugar. A la hora de la
comida, degustaba el caldo tlalpeño, la sopa de médula, solo por mencionar
algunos guisados, y para el desempance un cafecito y un buen puro; antes de la
prohibición de fumar.
De los lugares en donde he
trabajado, en uno de ellos tenía la norma de servir café cada 15 minutos.
Después instalaron en cada piso una cafetera “choncha”. Y con esa costumbre,
por el café, en cada trabajo motivaba a los compañeros para comprar una
cafetera y darnos el gusto de prepararnos nuestro propio cafecito.
Hasta la fecha sigo tomando
café. Y, “no se me ha hecho ‘vicio’” ja, ja, ja… Pero nunca he pretendido morir
por la ingesta en exceso, como en el caso de Balzac. La primer persona que
murió por el abuso de la “infusión obscura”.
A principios de los noventas,
cuando surgió un trabajo de pintor, pintor de “brocha gorda”, acepté, en esa
ocasión en la oficina de Prensa Latina. Ahí probé el café cubano y su clásico
café expreso, preparado propiamente en una cafetera melitta. Reactivante y
motivador, pocas veces lo tomo.
Me doy momentos, entre
tecleo y tecleo de este texto, para disfrutar un sorbo de café, digamos, para
motivarme.
En los sesentas, en la
Unidad existió un molino de café en el edificio Allende, “Café Algusto”, a las
personas que acudían al negocio les daban un vacito con la bebida muy caliente
recién hecha. Y una grata sorpresa, me comentan: ¡hay un nuevo local como de
aquellos años! En el mismo edificio. Debo conocerlo.
Otro, “Malinalli” cerca del
Jardín Santiago en la tercera sección –tal vez por su ubicación cercana a la
zona arqueológica le pusieron ese nombre refiriéndose a la Maliche, pero en
náhuatl-. Lugar tranquilo, como para “echar novio”. En los años setentas.
El “Café México”, en el
edificio Arteaga, en el lado que da al Metro Tlatelolco, marcó leyenda. Por
igual daba servicio de comida corrida. Dejó de existir años después de la
remodelación, a raíz de los sismos del ’85; actualmente éste local se llama
“Café Retro”.
Cercano a Tlatelolco,
estuvo el “Café Coatepec”. Cafetería con tostador, molino y toda la cosa,
coexistió cerca del Mercado Martínez de la Torre. Cambió mucho el local cuando,
metieron una televisión grande, un armastrote. En una ocasión fui a degustar un
café tipo americano, en ese momento proyectaban la película “Rambo I”, termine
cenando para ver el video completo.
En mi andar, casi cotidiano
por la colonia Guerrero, en la calle de Zarco, me llamó la atención el perfume
de café recién tostado emanado del local “Expendio de Café”, Tostador y Molino.
Visita obligada para disfrutar una taza de café.
Se acrecienta, la
presencia, de cafeterías por la Unidad. Muy distinto a las cafeterías de
renombre que se han ido instalando en avenidas y calles importantes cuyo
“glamur” y costo da un “plus” a quienes consumen en esos establecimientos; sí,
esos del logotipo color verde. Pero aún con ese tipo de establecimientos no
podrán abatir la presencia de locales modestos, baratos y muy tradicionales de
los años 60s y 70s.
“El
café quita el sueño”. Para mí es un mito porque aunque haya tomado café “hasta
el copete”, tranquilamente me voy a la cama e inmediatamente me quedo dormido.
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